sábado, 27 de septiembre de 2014

El segundo avión. 11 de septiembre: 2001-2007 (Martin Amis)


Ciertos rumores aseguran que, cuando se retire, Blair buscará consuelo, con su mujer Cherie, en el seno de Roma.

Martin Amis. El segundo avión. 11 de septiembre: 2001-2007. Anagrama, 2009.

martes, 23 de septiembre de 2014

Las pequeñas virtudes (Natalia Ginzburg)


Si le recuerdo aquel viejo paseo nuestro por Via Nazionale, dice que se acuerda, pero yo sé que miente y que no recuerda nada; y yo a veces me pregunto si éramos nosotros aquellas dos personas que iban, hace casi veinte años, por Via Nazionale; dos personas que conversaron tan amable, tan educadamente, mientras el sol se ponía; que hablaron quizá un poco de todo y de nada; dos amables conversadores, dos jóvenes intelectuales de paseo; tan jóvenes, tan educados, tan distraídos, tan dispuestos a dar el uno al otro un juicio distraídamente benévolo; tan dispuestos a despedirse uno de otro para siempre, aquel atardecer, en aquella esquina.

Natalia Ginzburg. Las pequeñas virtudes. Alianza, 1966.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Las mujeres romanas de Beard (Anthony Burgess)



- (...) Y luego mi avión sale hacía las once treinta. Hacia Roma.
Así que eso lo terminaba todo.
- ¿Trastévere? -sugirió.
- ¿Cómo te enteraste? Sí, Plaza de Santa Cecilia.
(...)
- Lo que tengo que hacer -empezó a decir- es fotografiar Roma, no directamente, sino... ¿cómo lo dirías tú?
- ¿Oblicuamente?
- Sí. Roma reflejada. En el agua de la lluvia, ¿te das cuenta? O en las ventanas. Me parece que hoy tendremos lluvia. No estamos aún en la estación en que llueve, pero creo que lo hará.
(...)
Los angelotes de piedra de la fachada de la basílica que tenía enfrente de retorcían gordezuelos al sol; la placita estaba repleta de coches aparcados; un hombre delante de su tienda hacia, o reparaba, o algo parecido, camas de hierro con un soplete de lo más ruidoso. Los vehículos corrían en fila, petulantes y escandalosos, por la calle estrecha, a senso unico, a su derecha. Un hombre gordo en un garaje, a la izquierda, cantaba Domani non ci sono, domani vado via. Bueno, las monedas de Trevi habían hecho el milagro de traerlo de regreso. Las nubes se tragaron el sol; Paola tenía razón sobre que iba a llover.

Anthony Burgess. Las mujeres romanas de Beard. Plaza & Janes, 1986

jueves, 18 de septiembre de 2014

Terraza en Roma. (Pascal Quignard)


Y por fin, en 1643, llegó a Roma, al Aventino, a la terraza con su sobradillo, a las estampas nocturnas, a los naipes eróticos en los que soñaba amar. En las estampas se veía el rótulo de la cruz de Malta negra de la via Gulia. La tienda del vendedor estaba cerca del Palazzo Farnese. Para llegar allí, el grabador tenía que caminar cien metros por las orillas del Tíber, pasar por delante de la sinagoga, cruzar el gueto de los judíos.
(..)
"Al ver el viejo foro convertido de nuevo en dehesa, sentí dentro de mí una extraña alegría. Miraba la pequeña avenida de los olmos, a todos los animales que pastaban entre las viñas y los matorrales, a los talladores de piedra delante de sus hogueras, a los buscadores de monedas de plata o de oro con su laya al hombro. No imaginaba Roma así".
(...)
Punta seca casi completamente blanca. Se distingue una forma detrás de los balaustres devorados por la luz. Un hombre de edad, con los ojos cerrados, la barba blanca, la mano entre las piernas, en una terraza, en Roma, en el crepúsculo, en la tercera hora del día, bajo los últimos rayos del sol, contento de estar libre y contento de vivir, entre el vino y el sueño.

Pascal Quignard. Terraza en Roma. Espasa, 2002.

martes, 16 de septiembre de 2014

Una novelita lumpen. (Roberto Bolaño)


Cuando desperté mi hermano dormía en su sillón y en la pantalla sólo se veía un mar gris, rayas grises y negras, como si una tormenta se acercara a Roma y sólo yo fura capaz de verla.
(...)
En esos días experimenté algo que se parecía si no a la felicidad, sí al entusiasmo, caminando al azar por calles que antes no frecuentaba y que indefectiblemente terminaban en la via Tiburtina o en el Parco di Traiano.
(...)
A veces me quedaba sentada largo rato en el puente Garibaldi o en una banca de la isla Tiberina, junto al viejo hospital, y examinaba las carátulas de la películas como si fueran libros.
Algunos coches disminuían la velocidad cuando pasaban a mi lado. Oía murmullos a los que no prestaba atención. Generalmente bajaban la ventanilla y decían cualquier cosa, una promesa, y luego seguían de largo. Había coches que pasaban con las ventanillas ya bajadas y con jóvenes en su interior que gritaban "fascismo y barbarie" y que también seguían de largo. Yo no los miraba. Yo miraba las aguas del río y las carátulas de mis películas y trataba de olvidar las pocas cosas que sabía.

Roberto Bolaño. Una novelita lumpen. Anagrama, 2013.

Que empiece la fiesta (Niccolò Ammaniti)



Reconfortado por aquellos pensamientos, siguió avanzando contra el viento. La lúgubre silueta de Castel Sant´Angelo se veía envuelta en agua. Cruzó el puente de los ángeles. El rio crecido bramaba bajo sus pies y se encañonaba en los pilares.
En la otra orilla había una pared de chapas que parecía una serpiente rechinante e inquieta. Las bocas de alcantarilla vomitaban torrentes de agua gris que fluían impetuosos por los bordillos. En las bocacalles que conducían al centro histórico había agentes de tráfico con impermeables amarillos y señales tratando de encauzar la afluencia de vehículos. Aquello parecía el éxodo de una ciudad tras una amenaza de bombas.
(...)
Cuando comen al aire libre los romanos suelen debatir cuál es el parque más bonito de la ciudad. Al final, como no podía ser menos, se disputan el podio Villa Doria Pamphili, Villa Borghese y Villa Ada.
Villa Doria Pamphili, en Monteverde, es el parque más extenso y escenográfico; Villa Borghese, en el centro de la ciudad, el más famoso (¿quién no conoce la terraza del Pincio, desde la que se goza de una inolvidable vista del centro de Roma y de la piazza del Popolo?); Villa Ada es, de las tres, la más antigua y salvaje.
Al modesto entender del autor de esta historia, Villa Ada se lleva la palma. Es un parque vastísimo, de cerca de ciento setenta hectáreas de bosque, prado y matorral comprendidas entre via Salaria, el viaducto de Olimpica y el centro deportivo de Aqua Acetosa. Aún lo pueblan ardillas, topos, erizos, conejos, puercoespines, garduñas y una rica variedad de aves. Quizá debido a su total abandono y falta de cuidado, en cuanto uno entra en él tiene la sensación de hallarse en pleno bosque. la ciudad y sus ruidos se desvanecen y todo son pinos centenarios, bosquecillos de laurel, senderos fangosos que serpentean entre zarzamoras tupidas y troncos caídos, campos de ortigas y grandes prados y herbazales. Entre la espesura se entrevén viejos edificios cubiertos de piedra, fuentes levantadas por higueras silvestres y búnkers que no se sabe para qué servían. Quien no conozca bien el parque, mejor hará en no aventurarse en él solo, pues podría perderse durante varios días. Y en el subsuelo se hallan las catacumbas de Priscila, en las que los primeros cristianos sepultaban a sus muertos.

Niccolò Ammaniti. Que empiece la fiesta. Anagrama, 2012.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Guía para viajeros inocentes (Mark Twain)



¿Qué hay en Roma que yo pueda ver y que los demás no hayan visto antes que yo? ¿Qué hay allí que yo pueda tocar y que los otros no hayan tocado? ¿Qué hay allí que yo pueda sentir, aprender, oír, saber, que me emocione antes de pasar a otros? ¿Qué puedo descubrir? Nada. Nada de nada. Uno de los encantos del viaje muere aquí. Pero, ¿y si fuera romano? Si, además de mis dones, pudiese contar con la pereza del romano moderno, la superstición del romano moderno y la ilimitada ignorancia del romano moderno. ¡Qué sorprendentes mundos de maravillas insospechadas podría descubrir! Ah, si fuese un habitante de la Campania, a veinticinco millas de Roma. Entonces si viajaría.
(...)
Todo el mundo ha visto la imagen del Coliseo; todo el mundo reconoce enseguida esa sombrerera "con ventanas y recodos pronunciados" a la que le han arrancado un lado de un mordisco. Como está bastante aislado, luce más que cualquier otro de los monumentos de la antigua Roma. Hasta el hermoso Panteón, cuyos altares paganos sostienen ahora la cruz, y cuya Venus, engalanada con baratijas consagradas, cumple, reacia, los deberes de la Virgen María, está rodeada de casuchas cochambrosas que deslucen, tristemente, su majestuosidad. Pero el monarca de todas las ruinas europeas, el Coliseo, mantiene esa reserva y real retiro que son propios de la majestad. Las malas hierbas y las flores surgen entre sus arcos macizos y sus gradas circulares, y las enredaderas dejan colgar sus flecos desde los altísimos muros. Un silencio impresionante se cierne sobre la monstruosa estructura, en la que multitudes de hombres y mujeres solían reunirse en tiempos pasados. Las mariposas han ocupado el lugar de las reinas de la belleza y de la moda de hace dieciocho siglos, y los lagartos se asolean en el sagrado trono del emperador. Más vívidamente que todas las crónicas escritas, el Coliseo nos cuenta la historia de la grandeza de Roma y la de su decadencia. Y constituye el ejemplo más meritorio de esos dos tipos de historia.
(...)
Sólo de pensar en el Vaticano me mareo: esa locura de estatuas, pinturas y curiosidades de todo tipo y de todas las edades. Allí los Maestros Antiguos (sobre todo en escultura) casi se apelotonan. No soy capaz de escribir nada acerca del vaticano. Creo que jamás recordaré claramente ninguna de las cosas que allí vi, a excepción de las momias, y "La Transfiguración" de Rafael, y algunas otras cosas que no resulta necesario mencionar ahora. Recordaré "La Transfiguración" en parte porque estaba situada en una sala casi sola; en parte porque todos dicen que es la primera pintura al óleo del mundo; y en parte porque era increíblemente hermosa. Los colores son refrescantes, suntuosos, la "expresión" según dicen, es la adecuada, la "impresión" es realista, el "tono" es bueno, la "intensidad" es profunda, y el ancho ronda el metro y medio, un poco a ojo. Es un cuadro que realmente llama la atención; su belleza resulta fascinante. Es lo bastante bueno como para ser un Renaissance. Una de las afirmaciones que realicé hace un rato nos da una idea... y algo de esperanza. ¿no es posible que el motivo por el que ese cuadro me resulta atractivo sea porque se halla alejado del caos de las galerías? Si apartaran de allí algunos de los otros cuadros, ¿no serían bonitos? Si éste estuviera en medio de la tempestad de cuadros que encontramos en las enormes galerías de los palacios romanos. ¿me parecería tan hermoso? Si, hasta ese momento, hubiese visto sólo un Maestro Antiguo en cada palacio, en vez de acres y acres de paredes y techos prácticamente empapelados con ellos, ¿no tendría yo una opinión más civilizada de los Maestros Antiguos que la que tengo ahora? Yo creo que sí.
(...)
Pero la manera más segura de dejar de escribir sobre Roma es renunciar a hacerlo. Yo deseaba escribir un verdadero capítulo de guía de viajes sobre esta fascinante ciudad, pero no he podido porque, al mismo tiempo, me he sentido como un niño en una tienda de caramelos: podía elegir cualquier cosa, pero me resultaba imposible elegir. He recorrido a la deriva mis cien páginas de manuscrito sin saber por dónde comenzar. Así que no comenzaré. Nos han examinado los pasaportes. Nos vamos a Nápoles.

Mark Twain. Guía para viajeros inocentes. Ediciones del viento, 2009.