miércoles, 29 de octubre de 2014

El regreso a Roma (Luisgé Martín)


Una mañana de comienzos de diciembre, el marqués, que paseaba por la ciudad apoyado en un bastón, vio como una dama anciana arrojaba una moneda de oro en una fuente gigantesca y de piedras atronantes que llamaban Fontana di Trevi. Sorprendido por el gesto, que no sabía si era de demencia o de filantropía. Se acercó a ella para observarla, y como oyó que hablaban en francés con sus criados, la saludo ceremoniosamente y le preguntó por qué había arrojado una moneda de tanto valor a una fuente callejera donde cualquier mendigo podría robarla. La dama le explicó entonces que con ese acto se aseguraba de que regresaría a Roma algún día. "La Providencia, caballero, garantiza a quien arroja una moneda en estas aguas que volverá a la ciudad antes de morir", le dijo afablemente.

El regreso a Roma. Luisgé Martín. Todos los crímenes se cometen por amor. Salto de página, 2013.

viernes, 24 de octubre de 2014

Caravaggio (Luis Antonio de Villena)


Los padres de Santa María in Trastevere, tras rechazar el cuadro [La muerte de la virgen], lo pusieron en venta. Rubens (encargado por el duque de Mantua de buscar obras pictóricas de calidad) conoció el lienzo de Caravaggio y lo juzgó tan impresionante que -en febrero de 1607- lo compró para su mecenas. Pero como por Roma había ya corrido la voz, entre los pintores, de lo muy excepcional de la tela, hubo de exponerse durante una semana (antes de su traslado a Mantua) mientras el mismo Rubens se encargaba de hacer preparar un cajón dónde pudiera ese cuadro tan grande (369 x 245 cm) hacer el viaje sin riesgo. Más tarde -sólo poco más tarde- iría a Inglaterra. Y culminaría, hasta hoy, en Francia.

Luis Antonio de Villena. Caravaggio. Cabaret Voltaire, 2014.

La ciudad y la casa (Natalia Ginzburg)



Ya no soporto el campo. Quiero tener a mi alrededor una ciudad: Roma.
(...)
Ha ahorado bastante dinero y pronto se comprará un apartamento. Lo quiere en la vieja Roma. La zona en la que yo vivo también forma parte de la vieja Roma, pero ella prefiere la zona del Panteón.
(...)
Dice que Roma es una ciudad odiosa en la que vive gente odiosa. Desearía vivir en otra ciudad, no sabe cúal. Pero al mismo tiempo dice que necesita tener una casa en Roma.

Natalia Ginzburg. La ciudad y la casa. Debate, 2003.

lunes, 20 de octubre de 2014

Piazza del Popolo (Jaime Gil de Biedma)



PIAZZA DEL POPOLO

(Habla María Zambrano)

Fue una noche como esta.
Estaba el balcon abierto
igual que hoy está, de par
en par. Me llegaba el denso
olor del río cercano
en la oscuridad. Silencio.
Silencio de multitud,
impresionante silencio
alrededor de una voz
que hablaba: presentimiento
religioso era el futuro.
Aquí en la Plaza del Pueblo
se oía latir -y yo,
junto a ese balcon abierto,
era también un latido
escuchando. Del silencio,
por encima de la plaza,
creció de repente un trueno
de voces juntas. Cantaban.
Y yo cantaba con ellos.
Oh sí, cantabamos todos
otra vez, qué movimiento,
qué revolución de soles
en el alma! Sonrieron
rostros de muertos amigos
saludándome a lo lejos
borrosos -pero qué jóvenes,
qué jóvenes sois los muertos!-
y una entera muchedumbre
me porrumpió desde dentro
toda de pie. Bajo la luz
de un cielo puro y colérico
era la misma canción
en las plazas de otro pueblo,
era la misma esperanza,
el mismo latido inmenso
de un solo ensordecedor
corazón a voz en cuello.
Sí, reconozco esas voces
cómo cantaban. Me acuerdo.
Aquí en el fondo del alma
absorto, sobre lo trémulo
de la memoria desnuda,
todo se está repitiendo.
Y vienen luego las noches
interminables, el éxodo
por la derrota adelante,
hostigados, bajo el cielo
que ansiosamente los ojos
interrogan. Y de nuevo
alguien herido, que ya
le conozco en el acento,
alguien herido pregunta,
alguien herido pregunta
en la oscuridad. Silencio.
A cada instante que irrumpe
palpitante, como un eco
más interior, otro instante
responde agónico.
                            Cierro
los ojos, pero los ojos
del alma siguen abiertos
hasta el dolor. Y me tapo
los oídos y no puedo
dejar de oír estas voces
que me cantan aquí dentro.

Jaime Gil de Biedma. Las personas del verbo. Seix Barral, 2007.

jueves, 9 de octubre de 2014

El centurión (Óscar Esquivias)


(...)
Los demás se habían ido hacía ya mucho rato en el último tranvía hacia Monteverde. Ricardo y yo habíamos decidido quedarnos un rato más, aunque todos los bares estaban cerrados. Íbamos bastante borrachos (a punto de "caer redondos") y fue él quien me propuso subir al mirador del Gianicolo. Cuando cruzamos la verja del parque, me cogió de la mano, sin decirme una palabra. Fui yo el primero en besarlo y en desabotonarle la bragueta. Y allí acabamos los dos aquella madrugada de junio: tendidos sobre el césped, con los calzoncillos sobre las rodillas, escondidos detrás del monumento a Anita Garibaldi, quien galopaba con júbilo salvaje al tiempo que disparaba contra las estrellas con su pistola de bronce.
Todo había resultado tan sencillo que me preguntaba por qué no lo había hecho antes.
(...)

El centurión. Óscar Esquivias. Pampanitos verdes. Ediciones del Viento, 2010.