domingo, 30 de noviembre de 2014

Los sótanos del Vaticano (André Gide)


Ya en Roma, permanecía delante de la estación sin saber qué hacer, con la maleta en la mano, tan cansado, tan desorientado, tan perplejo que no se decidía por nada, ni sentía fuerzas más que para rechazar las proposiciones de los porteros de los hoteles, cuando Fleurissoire tuvo la suerte de encontrar un facchino que hablaba francés. Baptistin era un muchacho nacido en Marsella, de mirada viva, que, al reconocer en Fleurissoire a un compatriota se ofreció a guiarlo y a llevarle su maleta.
Fleurissoire, durante el viaje se había empollado el Baedeker. Una especie de instinto, de presentimiento, de advertencia interior desvió en seguida del Vaticano su piadoso celo para concentrarlo en el Castillo Sant´Angelo, el antiguo Mausoleo de Adriano, la célebre prisión que en sus secretas mazmorras albergó antaño a tantos prisioneros ilustres y que, al parecer, está unida al Vaticano por un pasadizo subterráneo.
Contemplaba el plano. "Aquí es donde hay que encontrar alojamiento", había decidido, poniendo el dedo índice, sobre la ribera de Tordinona, Frente al Castillo Sant´Angelo. Y, por una coincidencia providencial, allí era donde Bapristin pensaba llevarlo; no exactamente en la misma orilla del río, que para ser exactos, no es más que un malecón, pero muy cerca: en la via dei Vecchierelli -Es decir, "de los viejecitos"-, la tercera calle a partir del puente Umberto que va a parar al pretil. Conocía una casa tranquila (desde las ventanas del tercero, asomándose bien, se puede ver el Mausoleo), donde unas señoras atentísimas, hablan todas las lenguas, y una de ellas en particular, francés.

André Gide. Los sótanos del Vaticano. Alianza, 1974.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Todo un mundo lejano (Óscar Esquivias)



Habíamos llegado al Vaticano a las ocho de la mañana, dos horas antes  de que empezara la misa. Tuvimos que presentarnos con tanta anticipación para pasar el control policial y situarnos en el lugar que habían reservado al grupo de Valladolid, que estaba a los pies de la basílica, en la nave izquierda. Había tanta gente y nos encontrábamos tan lejos del altar papal que no veíamos nada de lo que pasaba bajo el baldaquino, así que estuve casi toda la misa con los ojos cerrados, concentrado en lo que oía, o bien miraba el sepulcro de los Estuardo, que tiene esa puerta tan inquietante hacia la muerte en la que lloran dos ángeles. Cuando escuché la bendición del Año Nuevo retumbando por los altavoces vaticanos, me emocioné mucho.
Il Signore te benedica e ti protegga!
Il Signore faccia rispelendere il suo volto su di te e ti sia propizio!
Il Signore ti guardi con amore e ti conceda la pace!

Todo un mundo lejano. Óscar Esquivias. Lo que no se dice. Dos Bigotes, 2014.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Trastevere (Jorge Eduardo Eielson)

 

cuando lo conocí paolo miraba
como es natural
una joven alta y luminosa
me dijo
dándome la mano de una orilla a otra
del tíber que tal vez soñaba
que no era cierto
que sin duda esa muchacha
no existía
y que la amistad
era tan sólo una palabra
luego me habló del pan
de cada día del vino rojo y de mujer e hijos
y de la inmensa pobreza
en que vivía
y viéndolo tan fuerte y abatido
yo pensaba
sería trabajo difícil para él
llevarse el día en un camión
subir al cielo en overall
 desenterrar el huevo de la luz
y acariciarlo
noche tras noche hasta romperlo
y ver surgir a dios por fin
y nunca más partir al alba ni estrenar
con el primer café de cada día
la misma sonrisa carcomida

pero entretanto
la pobreza de paolo continuaba

Trastevere. Jorge Eduardo Eielson. Poeta En Roma. Visor Libros, 2009.

Paseos por Roma (Sthendal)




1 de abril de 1828

El resto más bello de la Antigüedad romana es sin duda el Panteón. Este templo ha sufrido tan poco, que lo vemos como los romanos. El año 606, el emperador Focas, el mismo a quien las excavaciones de 1813 han devuelto la columna del foro, donó en Panteón al papa Bonifacio, que lo convirtió en iglesia ¡Qué lástima que en 606 no se apoderase la religión de todos los templos paganos! La Roma antigua estaría  toda ella casi en pie.
El  Panteón tiene esa gran ventaja: bastan dos instantes para penetrarse de su belleza. El visitante se para ante el pórtico, avanza unos pasos, ve la iglesia y se acabó. Esto que acabo de decir le basta al extranjero; no necesita otra explicación; el encanto que te produzca el monumento será proporcional a la sensibilidad que el Cielo le haya dado por las bellas artes. Creo que no he conocido nunca a un ser que no se emocione en absoluto al ver el Panteón. Este celebre templo tiene, pues, algo que no se encuentra ni en los frescos de Miguel Ángel ni en las estatuas del Capitolio. Creo que esa inmensa bóveda, suspendida sobre sus cabezas sin apoyo aparente, inspira a los tontos el sentimiento del miedo; no tardan en tranquilizarse y se dicen: "¡Y es, sin embargo, por complacerme por lo que se han tomado la molestia de ofrecerme una sensación tan fuerte!"

Sthendal. Paseos por Roma. Alianza editorial, 2007.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Un novelista en el Museo del Prado (Manuel Mujica Lainez)


El novelista está de pie, en la planta alta del Museo, sumido en la observación de un óleo de Murillo, una pintura destinada a un arco rebajado. En ella se ve dormir a un patricio romano y su mujer; en sueños se aparece la Virgen quien indica el Monte Esquilino, el lugar donde debe fundarse el templo de Santa María Maggiore.

Manuel Mujica Lainez. Un novelista en el Museo del Prado. Seix Barral, 1987.

domingo, 9 de noviembre de 2014

La sotana roja (Roger Peyrefitte)



El mismo día, dos hombres, sentados uno al lado de otro en un banco retirado y oscuro de la iglesia de Santa Práxedes, no lejos de Santa María la Mayor, conversaban en voz baja, fingiendo rezar el rosario. Uno de ellos, clavo, sexagenario, de grueso cuello y elevada estatura, vestía el traje negro de clergyman; pero por el borde del cuello sobresalía un poco de seda violeta que, con el anillo de oro de su mano derecha, delataba su rango episcopal; el otro, cuadragenario, más menudo, pero también de complexión recia, tenía tupidos cabellos rojos. El primero era monseñor Casimiro Larvenkus, presidente del IOR (Instituto para las Obras de Religión, el Banco de la Santa Sede), obispo titular de Rotondo, cerca de Cartago; el segundo, Nikita Krachtachiknilkov, el agente 32 de la KGB italiana. Para sus entrevistas secretas utilizaban esta iglesia de Santa Práxedes, donde monseñor Larvenkus no corría el riesgo de encontrarse con el cardenal McDanna, arzobispo del Cabo, cuyo título cardenalicio lleva. Larvenkus, nacido en Chicago y de origen lituano, amaba este barrio de la Ciudad eterna en que Pio XI había instalado el Russicum para la educación del clero ruso, con su anexo, el colegio pontificio ruso de Santa Teresa del Niño Jesús, y el agente soviético creía respirar en él cierto aire de su patria.

Roger Peyrefitte. La sotana roja. Plaza & Janes, 1983.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Animula, vagula, blandula... (Francisco Hervás Maldonado)


Roma es una ciudad llena de mausoleos y epitafios. Los hay enormes, como el de San Pedro (la Basílica Vaticana) o el de san Pablo (San Pablo fuora le muri - San Pablo extramuros). Otros son colosales, como Sant`Angelo o el Ara Pacis y Augusteo. Algunos son modestitos, como la tumba de Bernini en Santa maria la Mayor. Y otros son insignificantes, como cualquiera de los enterramientos de las catacumbas de San Callisto, por ejemplo. En cuanto a los epitafios, los tenemos de todo tipo, auqnue quizá -al menos para Marguerite Yourcenar y para otros muchos, entre los que humildemente me incluyo- el del emperador Adriano, en el castillo de Sant`Angelo, es uno de los que más impacta. Dice así:

Animula, vagula, blandula,
Hospes comesque corporis
Quae nunc abibis in loca
Pallidula, rigida, nudula,
Nec, ut soles, dabis iocos...

Almita, vagabunda y tierna,
Huésped y compañera del cuerpo
Que ahora marcharás a unos lugares
Líviods, severos y desnudos.
Y no me solazarás como acostumbras...

Animula, vagula, blandula... Francisco Hervás Maldonado. Cartas romanas. Editorial Circulo Rojo, 2013.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Josep Pla y los mil colores de Roma (Terenci Moix)


Pensar en el libro, voluminoso libro, que Pla podría haber dedicado exclusivamente a Roma es algo capaz de abrir el apetito al lector menos goloso. Tal vez por ello, viviendo yo en Roma y adorándola, me preguntaba por qué Pla, utilizando la excusa de mal pagador de su prólogo, no había caído en la tentación de describir una capital que tanto confiesa admirar. y un día de mucho viento en el que Pla me llevó a ver el mirador de Pals ("Aquest és el paisatge més important del país, jove") volvió a instarme a que escribiese sobre Roma y, ya con demasiada curiosidad a cuestas, le pregunté por qué no lo había hecho él.
- Por una razón muy sencilla -me dijo-: porque es imposible describir el color de Roma.
Aún hoy sigo pensando que es excusa de mal pagador. Pero me sirvió para, una vez en Roma, buscar afanosamente esos colores.
(...)
Desde lo alto de la colina del Pincio, donde vivo, veo amanecer sobre el Quirinale, y los primeros rayos del sol tiñen esas paredes de un ocre intenso, que se va volviendo dorado: pero entre ese oro de la mañana y mi terraza, las techumbres de Via Sistina ofrecen un rosado resplandeciente, que contrasta a su vez, con el gris nada triste de las fachadas y el verde de los árboles que surgen en los patios traseros de los edificios (barrio apasionante, éste: situado detrás de la sofisticación fingida de Via Veneto, a un minuto de la Trinità dei Monti, fue en el pasado siglo tranquila residencia de artistas extranjeros; agitado hoy por un tráfico horrible, conserva su señorío mezclado con callejas en pendiente, donde el siena de las fachadas se escurre sin resplandor. Con sólo doblar la esquina, me recibe un alarido popular, que surge de las pequeñas tiendas, de los ebanistas, planchadoras, trattorie baratas para, de repente, salir a la selectividad de Piazza Barberini. De noche prostitutas y prostitutos de lujo le dan el aspecto, tan distinto, de un night-club de los de cuento).

Josep Pla y los mil colores de Roma. Terenci Moix. Crónicas italianas. Seix barral, 2004.