lunes, 22 de septiembre de 2014

Las mujeres romanas de Beard (Anthony Burgess)



- (...) Y luego mi avión sale hacía las once treinta. Hacia Roma.
Así que eso lo terminaba todo.
- ¿Trastévere? -sugirió.
- ¿Cómo te enteraste? Sí, Plaza de Santa Cecilia.
(...)
- Lo que tengo que hacer -empezó a decir- es fotografiar Roma, no directamente, sino... ¿cómo lo dirías tú?
- ¿Oblicuamente?
- Sí. Roma reflejada. En el agua de la lluvia, ¿te das cuenta? O en las ventanas. Me parece que hoy tendremos lluvia. No estamos aún en la estación en que llueve, pero creo que lo hará.
(...)
Los angelotes de piedra de la fachada de la basílica que tenía enfrente de retorcían gordezuelos al sol; la placita estaba repleta de coches aparcados; un hombre delante de su tienda hacia, o reparaba, o algo parecido, camas de hierro con un soplete de lo más ruidoso. Los vehículos corrían en fila, petulantes y escandalosos, por la calle estrecha, a senso unico, a su derecha. Un hombre gordo en un garaje, a la izquierda, cantaba Domani non ci sono, domani vado via. Bueno, las monedas de Trevi habían hecho el milagro de traerlo de regreso. Las nubes se tragaron el sol; Paola tenía razón sobre que iba a llover.

Anthony Burgess. Las mujeres romanas de Beard. Plaza & Janes, 1986

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